Como Osiris,
Isis aprendió en Egipto los misterios del nacimiento incesante.
Conocemos su
imagen: esta diosa madre dando de mamar a su hijo Horus, como mucho después la
Virgen María amamantó a Jesús. Pero Isis nunca fue muy virgen, que digamos.
Hizo el amor con Osiris, desde que se estaban formando, juntos, en el vientre
de la madre, y ya crecida ejerció durante diez años, en la ciudad de Tiro, el
oficio más antiguo.
En los miles
de años siguientes, Isis anduvo mucho mundo, dedicada a resucitar a las putas,
a los esclavos y demás malditos.
En Roma
fundó templos en medio del pobrerío, a la orilla de los burdeles. Los templos
fueron arrasados, por orden imperial, y fueron crucificados sus sacerdotes;
pero esas mulas tozudas volvieron a la vida otra y vez.
Y cuando los
soldados del emperador Justiniano trituraron el santuario de Isis en la isla
Filae, en el Nilo, y sobre las ruinas alzaron la católica iglesia de san
Esteban, los peregrinos de Isis siguieron acudiendo a rendir homenaje a su
diosa pecadora, ante el altar cristiano.
Fuente: Espejos, una historia casi universal de Eduardo Galeano.
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