miércoles, 9 de noviembre de 2011

Diosas Griegas 1: Afrodita (Cipris)

AFRODITA:
Nacida, según Hesíodo cuenta en la Teogonía, de la espuma (el esperma) que se originó en el mar alrededor de los genitales cortados de Urano. Pero en la versión de Homero -en la Ilíada- es hija de Zeus y Dione.
Es la diosa del amor y del sexo, cuyo influjo ejerce sobre todos los seres (como se explica en el Himno Homérico a Afrodita). Entre otros muchos, sobre Paris y Helena, lo que está en estrecha relación con el famoso Juicio de Paris y ocasionó finalmente la guerra de Troya; sobre Fedra; sobre Medea, etc. A veces ese amor que infunde es un castigo que la diosa impone por no recibir las honras debidas: es el caso de Hipólito, que la desprecia a ella y venera en cambio a Ártemis. Por eso Afrodita hace que se enamore de él su madrastra, Fedra, desencadenando así el trágico fin de ambos (todo lo cual constituye la trama de la tragedia Hipólito de Eurípides).
Pero también de ella misma se conocen historias de amor. La más célebre es con el dios Ares, que nos transmite la Odisea (canto VIII): a escondidas de su esposo, Hefesto, la diosa tiene relaciones adúlteras con Ares. Enterado de ello Hefesto, fabrica una red invisible con la que atrapa a ambos amantes en el lecho y los deja a la vista de los demás dioses.
También se unió a mortales como Adonis y Anquises. De este último -un príncipe troyano- se enamoró por la acción de Zeus que quería castigarla, y de él tuvo a su hijo Eneas, lo que da tema al Himno Homérico a Afrodita y es mencionado también en la Ilíada (además de en otros pasajes, en cantos V y XX, que son los de mayor protagonismo de Eneas). En cuanto a Adonis, su incomparable belleza enamoró a la diosa, pero el joven murió prematuramente herido por un jabalí.
Sin embargo, el esposo legítimo de Afrodita (según Homero en la Odisea) es Hefesto, el dios precisamente menos agraciado.
Se la suele representar acompañada de Eros, la otra divinidad que infunde el amor, que en tradiciones más bien tardías se considera hijo suyo.
Tuvo un papel importante en la guerra de Troya, como defensora de los troyanos, sobre todo de su hijo Eneas y de su protegido Paris. Así se muestra en la Ilíada, principalmente en el canto V, en donde no sólo salva a Eneas, sino que participa activamente en la batalla, siendo herida incluso por el héroe griego Diomedes. Y en el canto III es a Paris a quien libra de la muerte en el combate, y a continuación provoca de nuevo el deseo amoroso entre él y Helena.
Es especialmente venerada en la isla de Chipre, donde se encuentra su célebre santuario de Pafos, y en la de Citera. De ahí sus sobrenombres tan frecuentemente utilizados: Cipris y Citerea. Epítetos suyos son -entre los más habituales- "risueña" y "dorada", significativos de su carácter.

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